domingo, 9 de agosto de 2009

EL APLOMADO

- Pablitoooo ….. Pablitooooo ... ya son las cincooooo.
El niño escuchó a sus espaldas la dulce voz de su hermana Soledad que le movía el hombro con suavidad, tratando de despertarlo.
Después de unas palabras poco entendibles, Pablo estaba de pie antes que irrumpiera el alba como era su costumbre desde hace dos años. Debía cumplir una tarea muy importante en la rutina de aquella escuela, que también servía de hogar para él y sus dos hermanas: asegurar el agua para el consumo diario.
La noche aún cubría la colina sobre la que estaba asentada la escuela y sólo algunas ranas rompían el silencio que pronto sería sorprendido por la algarabía de los pájaros al saludar el día.

Ese miércoles al levantarse sintió una sensación diferente entre la boca del estómago y el pecho. Ansiedad, miedo, arrepentimiento y muchas cosas se mezclaban con su somnolencia sin lograr una identificación clara de lo que ocurría.
Meditó algunos segundos y poco después sus ojos se abrieron un poco mas como señal que ya recordaba lo sucedido.
- Huy si…. Que vaina con ese muchacho. ¿Porqué pasó esto? ¿Qué habrá sido de él? ¿A dónde y a quién acudiría?

Casi medio kilómetro separaban la casa del estanque al que debía acudir diariamente para traer agua hasta la alberca que surtía la casa. Tres o cuatro viajes eran necesarios para llenarla.

El primer viaje lo hizo casi como sonámbulo, con la mirada fija en el pesado calabazo que cargaba con agua. Vertía el líquido hasta donde su pequeña fuerza de 7 años le daba.
Si no me hubiera ganado todo el dinero que traía nada habría pasado, pensaba mientras daba inicio a su segundo viaje.

Durante el camino, recogió también algunos corozos que eran aquellos pequeños frutos que daban en las palmeras y que por aquella época se convertían en una especie de moneda para hacer transacciones entre los pequeños de su época.

Al terminar su labor y llegar a casa, su hermana le tenía preparado el desayuno con la gran taza de chocolate que siempre disfrutaba en las frías mañanas.

El día transcurrió casi con la normalidad de siempre entre la jornada escolar de la escuela de la vereda Pantanonegro, los mandados y los oficios que le encomendaban sus hermanas. Al fin y al cabo era la razón de su estadía con ellas y no con sus padres.
Casi con normalidad, porque hubo un hecho diferente entre los asistentes a clase: su contrincante Alfonso no fue a clase ese día.
Pablito no sabía que pensar. ¿Y si estuviese hospitalizado? ¿Y si hubiese ido al pueblo con su papá para traer la policía?


Pablitoooooo …… Pablitooooooo… ya es hora. Escuchó el llamado que anunciaba el comienzo de su nueva jornada.
Ese día, la extraña sensación también se levantó con su pequeño cuerpo. Temía que Soledad supiera en cualquier momento lo que había pasado entre él y su compañero. Eso sería fatal. Su hermana eran tan estricta que no dudaría un instante en denunciarlo a la policía si fuese necesario. Sabía que ella lo sentía además como un ejemplo que debería dar por ser la profesora de la vereda.

Por su mente pasaron varias imágenes que hacían incrementar su desasosiego: los barrotes de en una cárcel, un demonio que arrastraba un niño, la tierra que se abría frente a sus pies y otras imágenes salidas de los relatos que se pregonaban en aquella época para los niños malos.

¿Porqué me falló el aplomado? Se preguntaba una y otra vez. Así llamaban a un tipo de corozo de los mas grandes que se conseguían, al cual había vaciado su carnosidad, rellenándolo luego con plomo para hacerlo mas pesado y asertivo en su juego.
El juego consistía en construir casitas apilando tres corozos en el piso en forma triangular y poniendo el cuarto corozo encima de estos para dar forma de pirámide.
Pablo y Alfonso pactaron la apuesta con claridad. El que tumbara la casita de corozos era el ganador. Cada uno tendría dos oportunidades y el que más aciertos tuviera ganaría la apuesta.
Pablo fue el primero en lanzar su aplomado. Como eran expertos jugadores, la distancia no era la acostumbrada sino que pactaron que fuera el doble. Cinco metros debía recorrer el gran corozo antes de saber si había acertado o no. El terreno destinado era muy conocido por Pablito. Este lanzó el aplomado con la técnica acostumbrada de tal forma que hiciera el efecto necesario para esquivar la raíz de un árbol que hacía una pequeña barriga en la tierra. Pablito vio expectante el giro del aplomado y una vez superada la barriga, esperaba ansioso el final del recorrido. 1, 2, 3 segundos de recorrido y zas….. ¡casitaaaaaaaaaaaa! gritó eufórico Pablito.
El turno era para Alfonso. Tenía también un corozo de los grandes pero no tenía la cualidad del aplomado o sea que tenía la livianez normal. Hizo su lanzamiento y tal como esperaba Pablo al pasar por encima de la barriga dio un brinco tan estrepitoso que Pablo esperaba saliera disparado por encima de la casita. Pero Oh sorpresa! … el corozo cayó justo en la casita. Que suerte, se dijo Pablo… pero es seguro que en segundo lance no la tendrá.
Turno para Pablito, quien hace su acostumbrado movimiento haciéndole el quite a la barriga en forma perfecta. El efecto aplicado parecía perfecto. Al aproximarse a la casita el efecto continuó de tal forma que tocó de lado la casita, apenas haciéndola tambalear. Pablo hizo toda la fuerza que pudo pero se tuvo que resignar a seguir viéndola en pié ahogando su grito de “casita”.
Alfonso se inca para lanzar su turno y en esta oportunidad puso todo su empeño en lograr el mismo efecto que vio hacer a su contrincante. El corozo rodó logrando su cometido y a pesar de ser liviano mantuvo por buen tiempo el efecto y esta vez el grito eufórico fue para Alfonso quien era claro ganador de la apuesta.

Pablo no lo podía creer.
- Mi aplomado me ha hecho perder, no puede ser.
Gritaba furioso dirigiéndose a Alfonso.


- Pablitooooooo…. Pablitooooo… levántate que hoy es sábado y debes ir al pueblo donde papá y mamá. Les llevarás algunas frutas y una carta muy importante.

¿Una carta? Por Dios. Esto no es normal. Algo grave ha sucedido.
Esta vez la zozobra lo embarga por completo pero no se atreve a decir ni a preguntar nada a su hermana, pues no es de niños hacer preguntas importantes a los mayores.

Después de realizar sus tareas diarias, desayuna no muy animadamente y emprende su camino hacia el pueblo con los presentes para sus padres.

Hizo varias paradas en su recorrido para sentarse sobre el pasto mojado o para recostarse sobre un árbol que lo cobijara con sus ramas. No quería ver lo corto que se estaba haciendo el camino.

Quería llegar muy tarde al pueblo, de tal forma que ya no hubiese actividad alguna donde todo el pueblo durmiera, incluso la policía.

Había sido criado bajo normas muy estrictas de respeto por los mayores y las cosas que les pertenecían, pero varias veces estuvo a punto de abrir la carta que llevaba. Justo en la última curva que daba salida a la carretera principal, no aguantó mas y abrió la carta. Era su última oportunidad de conocer su contenido ya que una vez llegara a la carretera se encontraría con personas de la vereda que evidenciarían su falta de honradez al ver un niño leyendo una carta.

Como todavía no era muy hábil en su lectura, tardó varios segundos en leer las primeras líneas. Las siguientes fueron leídas con mas ansiedad e incluso mas rápidas. Hubo un brillo de tranquilidad en sus ojos. Pero al terminar de leer la nota su rostro palideció y fue tal el desconcierto que lo hizo romper la carta. Alcanzó a reaccionar a tiempo logrando detenerse antes que la hoja quedara en dos pedazos. De haberlo hecho no sabría qué podría haber pasado.

El viaje en el bus escalera que lo llevó al pueblo fue el mas rápido que jamás le haya tocado. Ni siquiera percibió el veloz paso de los árboles que en otras ocasiones parecían interminables y que no en pocas ocasiones le hicieron marear.

Al llegar al pueblo, sus padres reciben el recado y leen la carta en voz alta para que sea escuchada por Pablito:
"Padre y Madre, reciban mi saludo con el cariño y respeto de siempre.
Pablo ha cometido una falta muy grave. Estuvo jugando a las casitas con su compañerito Alfonso, apostó sus dos centavos contra medio lápiz de su compañero. Alfonso ganó y Pablo le quitó los centavos y el lápiz propiciándole además unos coscorrones en la cabeza que lo dejaron muy aturdido. Afortunadamente no alcanzó a hacerle mucho daño.
Sus padres hablaron conmigo y esperan que sea castigado por sus papás".

Tal como temió Pablito durante todo el camino, su padre Gabriel desenfundó inmediatamente sus ramas trenzadas y le dio una muenda de tal magnitud que sus nalgas y brazos conservaron sus moretones por varios días.

Su madre Angelina miró con tristeza aquella escena que la conmovió.
Su hijo acaba de llegar con un jíquera pesada que transportó durante una larga jornada y lo ve llegar a casa para recibir este castigo.
Eran días en las que la norma tenía apellido de hombre y ella sólo tenía derecho a callar.


KIOSKO DE LUNA LLENA, JUNIO DE 2009.

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